La edición del Campeonato de Europa de Naciones de 1980, que tuvo lugar en Italia, marcó un antes y un después en este torneo. Se amplió el número de equipos participantes de cuatro a ocho, lo que añadió más emoción y competitividad a un torneo que enfrentaba a las mejores selecciones del continente.
A pesar de que Italia había ganado la anterior edición de la Copa de Europa de las Naciones, que se había disputado en su territorio en 1968, no pudo repetir su hazaña en esta ocasión. En cambio, la República Federal de Alemania logró imponerse de manera convincente en el torneo, demostrando la fortaleza del fútbol alemán de aquella época.
En esta edición, por primera vez en la historia del torneo, el anfitrión del mismo se clasificaba automáticamente, lo que supuso una importante novedad en términos organizativos.
Las ciudades de Turín, Milán, Nápoles y Roma fueron seleccionadas para acoger este evento que reunía a las ocho selecciones más potentes del continente europeo.
Los equipos nacionales de la República Federal de Alemania, Checoslovaquia, Holanda, Grecia, Bélgica, Italia, Inglaterra y España fueron los encargados de disputar la Copa Henri Delaunay, que acredita al campeón de Europa.
Los equipos participantes se dividieron en dos grupos de cuatro y compitieron por clasificarse a la final a través del primer puesto en cada grupo, ya que los dos finalistas se decidirían entre los primeros clasificados de cada grupo. Por otro lado, los segundos clasificados se enfrentaron por el tercer y cuarto puesto del torneo.
La República Federal de Alemania comenzó el torneo ganando por 0-1 a Checoslovaquia en un partido difícil. En la segunda jornada, lograron una nueva victoria por 3-2 ante Holanda en un partido frenético y lleno de emoción que finalmente se decantaría del lado alemán. Sin embargo, en el tercer partido solo pudo cosechar un empate sin goles ante Grecia, pero aun así logró pasar como primera de grupo.
Jupp Derwall contaba con un equipo de futbolistas de gran calidad, entre los que se encontraban el portero Harald Schumacher, Uli Stielike, Bernd Schuster, Karl Heinz Rummenigge, Klaus Allofs y Lothar Matthaeus, quienes, aunque con algunas dificultades, lograron llevar a su país de nuevo a la cima del fútbol europeo.
En la final, la siempre temible Alemania se enfrentó a la selección de Bélgica, dirigida por Guy Thijs y conformada por jugadores de la talla de Jean Marie Pfaff, Eric Gerets, Van der Elst y Ceulemans, quienes de manera inesperada habían superado en la tabla a Italia (con los mismos puntos), Inglaterra y España. En esta emocionante final, la figura de Hrubesch resurgió con un doblete que permitió a Alemania imponerse al combinado belga.
Schuster ya había destacado previamente en la victoria contra Holanda por 3-2, así que no le llevó mucho tiempo encontrar un espacio en la defensa rival en el partido contra Bélgica. Lanzó una diagonal desde la derecha hacia la izquierda antes de asistir a Hrubesch en un gol. El delantero, que había tenido dificultades para ganar un lugar en el once inicial, marcó dos goles que aseguraron la victoria final.
La selección de Alemania se coronó campeona del torneo y Bélgica terminó en segundo lugar. El partido por el tercer y cuarto puesto fue disputado entre Checoslovaquia e Italia. Ambos equipos tuvieron que llegar a la tanda de penaltis después de empatar a uno. Esta edición del torneo fue la segunda vez en la historia de la competición europea en la que se utilizó la tanda de penaltis para desempatar. En esta ocasión, la suerte favoreció a Checoslovaquia, que venció 9-8 a Italia en los penales.
El público estaba completamente entregado a su equipo, pero no tuvo la oportunidad de festejar con sus jugadores la victoria en su propio territorio, lo que supuso un duro golpe para la selección italiana. Por otro lado, La República Federal de Alemania logró imponerse y consolidarse como una de las grandes dominadoras del fútbol europeo gracias a su propio estilo de juego.